martes, 17 de julio de 2007

DIEGO VÁZQUEZ COMISARENCO Nota con Balvina Ramos, bagualera y coplera salteña

NOTA CON BALVINA RAMOS
Bagualera y coplera salteña

Minutos después de bajar del escenario, Balvina descansa y empieza la charla con mucha naturalidad, mientras afloja los tientos de su caja…

Balvina Ramos: yo siempre digo que la tecnología es buena siempre y cuando uno la pueda usar y la tecnología no nos use a nosotros. A través de Internet, nos contactamos con Wilson y me enteré de este encuentro y me comentó como era, de donde venía la gente y como se reunían aquí. A mi me gustó mucho la propuesta y el proyecto muy lindo. Yo veo que hay gente no solamente en la Argentina, porque nosotros estamos acostumbrados a hacer encuentros locales de aquí, de la Argentina de todas las provincias. Este encuentro para mí es un poco atípico porque el encuentro es internacional, pero de canto autóctono. Veo que por ejemplo los españoles están cantando flamenco. Es un canto que está pasando lo mismo que aquí en la Argentina con nuestro canto: un canto ancestral que se debe mantener porque es la raíz de nuestra música y yo siempre digo también que un árbol sin raíces se seca. Se pierde y no puede brotar nada más de ese árbol. Me parece bárbaro que se haga este encuentro. Sobre todo con este tipo de músicas autóctonas de diferentes países. Estoy muy emocionada de escuchar a David cantando su flamenco.

Diego Vázquez Comisarenco: ¿cómo definirías el canto con caja?

Balvina Ramos: el canto con caja nosotros lo hacemos en el noroeste argentino. Es un sentimiento del hombre del campo que no tiene otro tipo de diversión, no hay televisión, no hay cine, no hay cumbia… por suerte. Estoy hablando del campo en medio de los cerros, como por ejemplo Iruya, Nazareno, Bacoya, que es parte de nuestra Argentina también. Son pueblitos que pertenecen a Salta. Entonces el único medio de alegría y de expresar sus tristezas, sus emociones, todo lo que ellos pueden expresar, lo hacen a través de la copla: es una expresión popular del hombre del campo.

Diego Vázquez Comisarenco: ¿es todo improvisado o se va delegando de generación en generación?

Balvina Ramos: tiene mucho de improvisación. Mucho generalmente. Los jóvenes en mi época nos juntábamos en las fiestas patronales de un pueblo al otro, nos juntábamos en un solo pueblo e improvisábamos las coplas. La copla es también improvisada.

Diego Vázquez Comisarenco: Balvina, ¿de qué parte de Salta sos?

Balvina Ramos: yo soy de Bacoya. Un pueblito que está perdido entre los cerros. Hay que subir a 4800 metros sobre el nivel del mar, a 700 km. De la ciudad de Salta y luego descender para la otra parte del cerro, que está a 1800 metros más o menos de altura, y ahí está ubicado mi pueblo, que queda en el Departamento Santa Victoria Oeste, en la provincia de Salta.
Diego Vázquez Comisarenco: ¿el pueblo de qué vive?

Balvina Ramos: generalmente la gente es agricultora. Vive de la agricultura, de la cría de ganado caprino y ovino, y de las plantaciones, son todos frutales. En un valle muy bonito que te da de todo si ponés plantas.

Diego Vázquez Comisarenco: ¿heredaste el canto con caja?

Balvina Ramos: lo heredé de mi mamá, porque mi mamá era pastora y a parte era alfarera y ella mientras pastaba sus ovejas, nos crió en la espalda. Como no podíamos caminar por los cerros, por los senderos que son muy empinados, entonces ella nos llevaba en la espalda hasta los dos, tres o cuatro años que ya nosotros podíamos caminar solos. Una vez que nos bajaba de la espalda y empezábamos a caminar ya tarareábamos la copla, aunque no con letra porque éramos muy chiquititos y no podíamos componer, pero tarareando detrás de la mamá o del hermano más grande o del padre, seguro que andábamos.

Diego Vázquez Comisarenco: ¿te acordás alguna copla que te haya marcado?

Balvina Ramos: vos sabés que sí, me acuerdo de una copla de cuando yo debo haber tenido dos años y medio, estoy seguro porque era la época en que todavía no caminaba. Mi mamá se iba por el cerro pastando sus ovejas y me dejó sentadita al lado del corral de las ovejas y me dijo: “no te vas a levantar porque si te levantás te vas a caer”. Entonces me hizo sentar y me envolvió con una frazada hasta el pecho y quedé sentadita mirándola a mi mamá como subía el cerro cantando una copla que decía: “caramba mocita alegre, la tierra se la hai comer, en vista de tantos ojos, tierra y polvo se hai volver” y se perdía por los cerros cantando.

Diego Vázquez Comisarenco: eran días intensos de pastoreo y de trabajo…

Balvina Ramos: y de trabajo…

Diego Vázquez Comisarenco: en la ciudad, ¿extrañas eso?

Balvina Ramos: yo he extrañado mucho… es increíble lo que me ha pasado. En aquélla época, cuando yo era muy chica, tenía dieciséis, diecisiete años, que es como que todavía no había descubierto mi identidad en aquélla época, en esa edad. Sufría mucho y no sabía porque, extrañaba mi pueblo, mi gente, cuando me iba siempre estaba mal, triste, llorando y cuando me doy cuenta, de que descubrí a través del canto de donde venía, quienes eran mis padres, mis abuelos. Nosotros somos aborígenes, mis padres fueron descendientes aborígenes, mis abuelos también y han vivido toda su vida ahí y nunca nos habían dicho que nosotros éramos aborígenes. Lo descubrí yo a los diecisiete años, lo cual me ha hecho muy feliz, descubrir mi identidad, como decir: “ésta soy yo” y a partir del momento que vos decís “ésta es mi gente, ésta es mi familia” vas y volvés, vas y volvés, y te sentís bien a donde vayas. Y no lo extrañas tanto porque te sentís con ese compromiso, con esa alegría de ir transmitiendo a los demás pueblos lo que sabés hacer.

Diego Vázquez Comisarenco: ¿cómo fue el momento cuando te diste cuenta?

Balvina Ramos: eso es largo de contar. Yo no había terminado la primaria allá en Salta, en Bacoya y a los dieciséis, diecisiete años, decido terminar la escuela primaria. Trabajando en casa de familia y mi padrino, que era donde yo trabajaba, me regaló un libro, mi padrino ahora tiene como ochenta años. Y el libro era de cuando el iba a cuarto grado, era un manual de él y viene y me dice: “tomá Balvina, este libro es para que estudies, para que lleves a la escuela”. Era un manual chiquito, de cuarto grado. Yo nunca había tenido libro, porque en ésa época no llegaban los libros allá a Bacoya, leíamos pedacitos de papel, lo que fuera, pero libros no llegaban. Yo empiezo a leer el libro y habían historias de los aborígenes, entonces lo leía y lo miraba, y lo leía y lo miraba, y dije: “esta soy yo”. Volví corriendo ese año a la casa de mi papá, llego allá y le digo: “papá: nosotros somos indios”… y mi papá me dijo: “No, nosotros no somos indios”, como que se me enojó… Entonces yo me quedé calladita, me di la vuelta y me fui. Como a la hora, vuelve mi papá al lado mío y me dice “hija: nosotros sí somos indios, pero somos civilizados”. Era como que estaba avergonzado de decir que era indio, “pero somos civilizados (dice susurrando)”. Eso me lo recuerdo como… si fuera ayer. Así descubrí yo cuales eran mis raíces… es mucho más largo de contar pero sintetizando es así.

Diego Vázquez Comisarenco: con tus coplas y bagualas, ¿a qué te gusta cantarle?

Balvina Ramos: me gusta cantarle a la tierra, me gusta cantarle a la vida, al amor. A todo lo que transita el amor por sobre todas las cosas. El amor en todos los sentidos. El amor de padres a hijos, el amor del vecino, el amor de alguien que está al lado tuyo, el amor a la naturaleza, el amor a la vida. Es lo que más me gusta. A la cultura, a las tradiciones. Yo digo: siempre me gusta dejar un mensaje en mi copla, me gusta que quede un mensaje porque cuando yo me vaya, que algo quede. Que quede algo, que sea valioso para los que vienen siguiendo.

Diego Vázquez Comisarenco: ¿tenés oportunidad de legar ese canto?

Balvina Ramos: y si, si. Seguro que sí.

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